lunes, 10 de octubre de 2016

Mirar sin ver... ¿vivir muriendo?

Hace poco nos llegó a casa, llovida del cielo, una gata menuda, un cachorro. Estaba desnutrida, llena de bichos por dentro y por fuera, los ojos hinchados, parece ser que a punto de reventar. Total, un pingajo feo, sucio y ciego. Cuando te encuentras un animal así en la calle no dejas de pensar en su calidad de vida, que posibilidades tendrá, como se desenvolverá e inmediatamente piensas en una buena calidad de muerte, pero la eutanasia en los animales de compañía no es un pormenor que contemplen los amantes de los animales, al menos y gracias a Dios, no la mayoría, e inmediatamente pusimos  en marcha un protocolo de custodia, desparasitamos según indicaciones del veterinario... luego miramos ese infantil rostro felino y procedimos a ponerle nombre... Lucero.


 

Días más tarde, bajo las ruedas de un coche, en la misma zona, encontramos otro individuo en las mismas circunstancias, otra hembra, de mirada perdida, desorientada y con los ojos en blanco, y aunque parecía ser que la avería era más leve también estaba completamente ciega.
A esta segunda lluvia le llamamos Serena. Raquítica, llena de caspas y bichos infames, temblaba de miedo, estaba literalmente en los huesos. Mi compañera y yo nos miramos, pocas palabras o tal vez ninguna caben en esta conversación. Hay que actuar rápido, veterinario, desparasitación y cuidados intensos e intensivos, mimos y susurros... son individuos que tienen apenas veinte días de vida y son rechazados por su madre por alguna razón que desconocemos, para dejarlos morir, tal vez, porque intuyen que van a ser un lastre para la manada o para ellas mismas. Comprobamos por el pelaje que eran hermanas y se parecían como dos gotas de agua a sus progenitores.
La deducción es clara, ambas son hijas de Popeye un felino feral de valentía y arrojo, de pelo gris verdoso, europeo común y cojo pero con garbo,  y Delfina, felina feral del mismo color de cara menuda, alargada y facciones dulces, ambos datados, censados, fotografiados, pero por alguna razón debida a su ingenio imposibles de esterilizar hasta la fecha.

¿Qué se le va a hacer? como dice la canción... si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos.

Lucero y Serena duermen tranquilamente al abrigo de nuestros corazones. Esperamos, con serias dudas que alguien las adopte, juntas, a ser posible. Pero en esta sociedad, donde lo bonito e inmaculado prevalece sobre el desorden de la naturaleza, es algo poco más que imposible. A ver si tenemos suerte.

Lucero, al llegar a casa.
Lucero, la del cucurucho y Serena




Las hermanitas Yinyang


Ahora, ambas hermanas están atravesando una crisis de salud debido a un aumento de bacterias en su aparato digestivo que nos obliga a esmerar los cuidados, dadas de alta de los ojos ahora esto, Lucero está un poco abatida, Serena en cambio se espabila día a día.

Serena con ganas de jugar y enredar.

Lucero en cambio se refugia en el silencio de la cocina.




Vaya par de pingajillos más hermosos!!!

sábado, 30 de julio de 2016

No todos los trabajos remunerados te llenan de satisfacción


  
    A veces los trabajos remunerados son los que a final de mes te dejan el bolsillo lleno, los autónomos pagados y la necesidad imperiosa de salir a la calle a buscar más trabajo, con la angustia que conlleva capear este temporal provocado por la avalancha de mentes insulsas que dirigen el país, el país grande y el país pequeño, donde vivo.
   En el país grande no se me oye, aunque grite y el país pequeño está inundado de cuestiones que no traerán buenas consecuencias, a menos, claro que tiremos por la vía recta, "tu ja m'entens". En mi país, el pequeño hay una pequeña comunidad que envejece deprisa. Es un lugar limpio, diría que sin mácula, un espacio donde aún se pueden hacer trabajos que, más que llenar los bolsillos, te llenan el alma. 
   Tener en las manos pergaminos que pertenecen a libros desmontados tiene su historia... es un honor ponerme los guantes blancos y acunar bajo la luz de la mesa de reproducción esos niños tan viejos... y los amas. Los amas con el cariño y el respeto por quien trabajó la piel hasta hacerla pergamino, por quien elaboró la tinta recolectando agallas de roble u otras materias que hicieron posible que estas maravillas lleguen hasta nuestros talleres.
    Ante todo esto, existe un placer profundo, como unas cosquillas en el pecho y una taquicardia irrefrenable, ese momento ocurre cuando Sor Doctora María Dolores Díaz de Miranda y Macías, te cuenta la historia de ese libro, con esa pasión, con la estructura narrativa necesaria para que, hasta el más tonto de la clase... un servidor, comprenda el significado tan valioso de recuperar la historia y traerla hasta nuestros tiempos,

    En mi país, el pequeño, hay un lugar que es un remanso de agua clara, donde los árboles, mecidos por un suave viento, proyectan una sombra fresca y te susurran con el sonido de las hojas... "Estás en casa".
    No hay dinero para comprar esto.

                Monestir de Sant Pere de les Puel·les, taller de restauració de document gràfic.