martes, 6 de marzo de 2012

Cierta vez


Cierta vez asistí a la reunión de unos iluminados que hablaban de la serenidad y la presencia. Entre comentario y comentario aproveché para, directo al grano y sin rodeos, hacerles una pregunta importante para mí.
¿Qué se siente cuándo te iluminas? les dije.
Y con la exasperante impasibilidad que caracteriza a estos gurús de los pimientos me respondieron:
“Es algo tan grande y tan hermoso que no se puede describir con palabras”
Y siguieron haciendo su discurso sobre la serenidad dejándome con dos palmos de narices.
Mi intención, ahora mismo, es expresar con palabras el significado de lo que ha sido compartir este tiempo con vosotros, pero no las encuentro y entonces pienso…
“Esto significa que estamos iluminados y que el espacio tiempo compartido es tan y tan grande que no tiene explicación, no se le pueden poner palabras”.
Creo a ciencia cierta que cada uno de nosotros es portador de una lámpara mágica con una luz muy especial y ésta ha salido despedida para quedarse depositada en cada uno de nosotros. Ya no viajaremos solos, hemos aprendido que al cerrar los ojos podemos comer croissants con quien queramos, a la hora que queramos y donde queramos… que lujo!

Carolina ha sido el recolector de semillas que con el amor que se aprende del trato con las personas ha sabido poner un cesto, grande y hondo (el conocimiento) en el centro de la sala; y todos, absolutamente todos, hemos ido depositando en su interior un granito, un pequeño germen de nuestra propia cosecha.
En la meditación que hicimos el último día pude ver colores, densos como la miel, que se movían al son de una música mágica. Si, después de llegar a diez varias veces, me dejé llevar a través de esa danza fabulosa que trae la tranquilidad de estar entre personas… (que no “gente”) y misteriosamente me adentré en la profundidad del cesto. Hundí una mano desde la punta de los dedos hasta la muñeca y pude sentiros, pude sentir cómo todas vuestras almas sonreían y me hacían cosquillas.
Tuve que retener las carcajadas, esa risa simpática que emiten los niños cuando son felices.
Y me enamoré… mejor aún, me llené de amor.
Tal vez este viaje juntos en presencia física ha llegado a su fin, quizás coincidamos en otros cursos, en alguna reunión o tal vez no, pero lo que sí sé con certeza son dos cosas que me llevo: la primera es la huella de la que hablaba Silvia Huertas y la otra es vuestra mirada, llena de ganas de saber, la inquietud por descubrir.
Es cierto también que no se evoca el recuerdo de uno sin que te acuda el del otro, porque están entrelazados con un hilo invisible, tejido de ternura y respeto (qué hermoso es el respeto, ¿verdad? Hace que las cosas, las relaciones, sean tan fáciles… porque confías en aquellos que te respetan).






No hay palabras. Y, por no haber, ya son demasiadas las que dejo aquí plasmadas. Tengo la grata sensación de haberme llevado un pedazo de aquello tan grande que no se explica con palabras porque la satisfacción es inmensamente enorme.
Gracias a todos y en especial a Carolina por el nivel tan elevado de “Persona Humana”.





Y gracias infinitas a Blanca que me da todo el calor que necesito para caminar a través de este crudo invierno, que dura tanto.


Chicas, chicos… Sois tan majos que os dais dos vueltas a vosotros mismos… (Piropo de tres puntos)

Gracias, con las manos extendidas, gracias.

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